dimecres, 17 d’agost del 2011

Todo cambia


Siempre quise ser ladrona de museos. Me fascinaba la idea de robar una gran joya, una estatuilla o algo similar y de incalculable valor después de haber diseñado un plan arriesgado e infalible. Quería ataviarme con un jersey y unos ajustados pantalones negros y marcando una figura impecable, deslizarme en una sala de museo eludiendo cámaras y todo tipo de alarmas hasta hacerme con el botín. Una joya con un nombre compuesto y exótico, en el que seguramente figurarían términos como El Cairo o Alejandría. Y una vez con mi botín, saldría del lugar sin apenas levantar una mota de polvo, deslizándome por una tirolina hacia el edificio contiguo, donde habría una fiesta a la que curiosamente estaría invitada, meterme en unos aseos y cambiar mi estampa negra por un vestido ajustado, rojo, sensual y de escándalo, para que todos recordaran haberme visto y que, además, me quedaría como un guante. Algún tipo me invitaría a “una copa” y yo aceptaría, mientras notaría como se clava en mi escote el preciado diamante.Me sentiría poderosa y sexy.
Quería ser eso, una especie de loba astuta, inteligente. Robar sin robar a nadie y hacerlo con estilo. Y se lo dije a la madre superiora del colegio de monjas al que iba cuando era niña. Después de poner la cara más estupefacta jamás imaginada (venía de oír dos enfermeras, una maestra y una veterinaria... todas ellas profesiones loables) me dijo que “robar no estaba bien y era pecado”. Y yo, con cara de circunstancias, respondí “también me gusta mucho escribir, he pensado que podría ser periodista”. Y para mi sorpresa, la cara de estupefacción monjil no cambió para nada. Ladrona o periodista eran para aquella virtuosa mujer casada con Dios dos caras de la misma moneda, dos profesiones bárbaras, dos caminos de titiritera. Olvidé aquella cara y la reemplacé en la mente por la de Rosa María Mateo, mi musa. Nadie como ella en Informe Semanal. Nadie podría creer que alguien tan cercano y a la vez tan distante, tan creíble, que hablaba tan y tan bien tenía una profesión de indeseable. Rosa María no. Ella era entonces y será siempre perfecta, impecable.
Han pasado años a puñados. No hace falta decir cuantos. Y en el contexto actual, echando un vistazo a la profesión, de vez en cuando,soy yo quien se queda estupefacta. Ahora seguramente, para escandalizar a mi monja, un niño tendría que decir públicamente que quiere ser banquero o político. La opción del ladrón de museos podría parecer incluso digna de halago .La de periodista no, seamos sinceros. A veces de forma justa, otras no, continuaría pareciendo una aventura indeseable, una profesión bárbara, del todo por la audiencia, todo vale, sin integridad, poco honesta.
A pesar de todo, se siguen haciendo algunsas cosas dignas en los medios. Otras no. Éstas últimas hacen más ruído. La dignidad no vende tanto.

Mi mundo ha cambiado. Yo jamás podría deslizarme por una tirolina, ni embutirme en un vestido rojo y ajustado. Y a Rosa María Mateo, estando aún al pie del cañón, elegante, hermosa y rigurosa como siempre, la apartaron de la profesión con un ERE.