dijous, 29 de desembre del 2011

¡Devoremos el 2012!

Acaba un año duro, durísimo. Los gurús y los oráculos de la economía vaticinan que el que le sigue será peor. Vamos a tocar fondo, si no estamos ya pegados a él, como los chicles que se quedan en las aceras por toda la eternidad, pisados hasta la saciedad y adquieren ese tono oscuro. Una imagen arrastrada ¿no?

A menudo tengo la sensación que tenemos eso tan presente que vivimos a medias, con una alegría contenida, por si acaso, presas de un pánico atroz que nos impide inspirar a fondo y apurar la vida. Nos asusta ser felices porque es más fácil acomodarse en la mediocridad y buscar excusas, ser víctimas de una crisis voraz que nos está dejando aturdidos como corderos que esperan para ser degollados con una mirada triste pero apacible. Hacemos cada día las mismas cosas con los mismos itinerarios para no romper el frágil equilibrio establecido entre la dicha y la vida que nos hemos acostumbrado a consumir. No queremos fatigar ni cabrear a los dioses con una carcajada de más o un salto de entusiasmo no medido. Mejor ser gris que correr riesgo. Mejor una vida de contención que un instante de felicidad suprema para luego... luego, ¿qué viene luego? El abismo, la nada, lo incierto. Ese lugar de dudosa credibilidad. Nadie ha regresado de la felicidad para contarlo. Tal vez, no haya nada; una estación sin trenes o una calle repleta de chicles pegados y ennegrecidos.
Esa zona de confort que está entre la desgracia y el júbilo es grata para vivir. Es cómoda, básica; es la marca blanca de nuestra vida. Supone pocos riesgos y ningún sobresalto. La crisis lo puede todo. Es omnipresente, omnívora, omnipotente... Nos gobierna, nos dice qué buscar, qué soñar, qué comer. Nos restringe el entusiasmo y los credos. Nos anula las ilusiones y nos aniquila el alma. A muchos les ha llevado a lodo pero... si con nosotros aún no lo ha hecho del todo, no tentemos la suerte... no alcemos la voz y no nos metamos en aventuras nuevas ni creamos que podemos... ser distintos y salir de ella airosos.

Así de fácil y doloroso al mismo tiempo.¡Qué gran excusa la crisis para permanecer aletargados! Sería cómoda esta crisis sino fuera porque en el fondo, nuestro yo más libre no se rinde. No quiere callar y asentir ante todo. Se rebela. Le salen sarpullidos con pensar en quedarse quieto esperando a ser devorado por la sustancia gris que lo envuelve todo y adormece el ánimo. Se vuelve loco por gritar y derrochar ilusión y risa, mucha risa oculta en una cara agria y cansada. Piensa que puede, que debe, que sabe cómo cambiarlo todo. Está convencido de que puede sumar con muchos otros yos libres para no temer a la risa y devorar la vida con ganas. Muchos yos con ganas de jugársela pueden acabar con el asco colectivo y cambiarlo todo, pueden reescribir la historia...
Mi yo libre oye que el 2012 va a ser peor y piensa cómo buscar la forma de cambiarlo, de no sucumbir al pánico, de decir no. Y no es ni inconsciente ni inmaduro, es un yo que sabe que hay que correr ciertos riesgos y vivir apurando, disfrutando de todo. Es el yo que ama desesperadamente y no teme equivocarse porque sabe que las grandes enseñanzas están a menudo ocultas tras grandes y pequeños errores. Es el yo que empieza las carreras por el placer de superarse sabiendo que no va a ganar. Y luego va y gana. No una medalla, una satisfacción. Es el yo que cree en si mismo.
Es el yo que cree que la felicidad es un estado anímico y que más allá de ella hay aún más si sabes reconocerla. Sí, es un lugar más complicado, donde se exigen más esfuerzos y compromiso pero la recompensa es mayor, siempre.
Un yo feliz de existir.
No nos podemos permitir vivir a medias. Devoremos la vida.

dissabte, 17 de desembre del 2011

No es país para mediocres

La cifras ya no sorprenden, aturden. Nos dejan en ese estado en el que deben de quedar los animales justo antes de entrar en el matadero. Somos masa, masa triste que espera en fila su destino intentado que no se le note en la cara, por lo suyos, por los más pequeños que te miran y te cuentan sus historias y sueños.

Y fingir que las cosas se van arreglar un día y otro, y otro, hasta mil y tres mil agota las reservas de entusiasmo. Te deja tan vacío que sientes tu propio eco, te aniquila, te da la vuelta como a un calamar.
Y lo más duro es que a pesar de todo, hay que continuar.

Este no es un país para los que tiran la toalla, es para los que la recogen. Aunque oírlo, ahora, nos inunde de una sensación de asco intensa... ¿la notáis? Yo también la noto, pero hay que ignorarla y seguir.

No es país para cansados, aunque estemos tan exhaustos de tragar cumbres europeas y primas de riesgo que sólo con encender el televisor nos aparezca la nausea.

No es país para tristes, a pesar de que mirando las caras en el transporte público a menudo tengamos que desviar la vista al paisaje para encontrar un atisbo de entusiasmo.

No es país para cobardes, sencillamente porque no lo somos, porque aún viendo el desolador panorama dibujado desde hace meses y meses sobre nuestros presentes y futuros, nos levantamos cada día para seguir intentándolo.

Y sobre todo, no es un país para mediocres e ineptos, ni para arrimados, ni para corruptos, ni para todos aquellos sean más pobres o más ricos que no respeten o quieren poner obstáculos y barreras. No es país para los que nos toman el pelo.

Es un país para luchadores e ingeniosos, para líderes, pequeños y grandes. Es país para los que reclaman justicia, para los que opinan, para los que quieren construir aunque sea con palabras algo nuevo.

Es país para los que ya no tienen alternativas y plantan cara. Para los que se levantan cada día con ganas de salir de este hoyo inmenso repleto de angustia, pánico y una substancia sucia, pringosa y asqueante llamada crisis, que todo lo inunda.

Es nuestro.