dissabte, 10 de setembre del 2011

Un momento de silencio

Nos pasamos el día comentando y debatiendo polémicas artificiales. Sobre problemas que no existen en la calle, porque la calle es mil veces más rica y astuta que los periódicos y cualquier mente ejecutora con cargo público. La gente corriente sobrevive. Se relaciona. Se adapta. Olvida todas las polémicas que nutren las redacciones de medios de comunicación y que se retroalimentan. ¿De dónde surgen? ¿quién se las inventa? ¿están gestadas por aquellas cabezas que mandan y que necesitan carnaza para las elecciones?

Cada día nace y muere un titular. Los más arraigados en nuestros odios y flaquezas particulares sobreviven, ¿cuánto? ¿una semana? Y vuelta a empezar. Los periodistas, con tantos frentes abiertos, y a penas tiempo para meditar antes de escribir, siquiera nos percatamos de los balones que nos cuelan. Nos convertimos en cómplices ignorantes, pero cómplices al fin y al cabo, de este devenir de palabras, una tras otra. Sin sosiego. Sin pausa. Sin memoria. Sin poder detenerse a pensar en lo importante. Las noticias se nos quedan viejas nada más escribirlas. A los cinco minutos, siempre hay alguien que matiza, que contradice, que cambia el sentido... que borra lo anterior. El mundo de la información va rápido, eso es bueno, pero no se usa para lo importante.

Algún día, si borramos todos los titulares escritos y leídos a marchas forzadas, veremos el bosque. Y quizás, sólo quizás, podamos darnos cuenta de lo atomizados que vivimos y lo estériles que son algunas polémicas que surgen en las salas de reuniones de grandes estrategas, en las redacciones, en los despachos. Las alimenta el hambre de tertulia, el pánico a espacio en blanco, el horror vacui en un periódico. Y lo pagamos todos, porque no tenemos tiempo para pensar qué pensamos, para decidir y tomar la riendas de nuestras cabezas jibarizadas por aquellos que realmente mandan y no quieren que tomemos decisiones propias, ni usemos palabras propias y decidamos cambiar.

Aquellos que realmente mandan. No los que salen por la tele con cara de mandar y decidir. Los que realmente mandan, les han puesto ante la cámara y les dictan al oído.

Si callo un momento, les oigo dictar, pero para ello hay que detenerse y dejar la mente en blanco.