dimecres, 12 d’octubre del 2011

Gracias por indignarme


Cuando estoy indignada, escribo mejor. Me recorre el cuerpo una especie de necesidad comunicativa que se traduce en palabras, una tras otra. Un rollo imparable y, a menudo, devastador. Esa es la sensación por la que me hice periodista, convencida de que la comunicación iba a salvarnos. Y aquí estoy, algunos años después, que nadie pregunte cuántos, aún con la idea en la cabeza de que las palabras curan y cambian cosas. Que ayudan a que las personas se levanten, se indignen y pidan explicaciones. Que derriban regímenes autoritarios... y a veces implantan otros. Que informan y dan poder. Que al final, ante el juez, nos quedan eso, palabras.

Yo misma, hasta no hace mucho, llevaba años dormida. Lo admito, dormida. Había permitido que poco a poco las palabras que usaban se repitiesen en un bucle y fuesen las mismas, me había vuelto gris, como el gris de los peces crudos pero sin llegar al brillante de la sardina...


Permanecía inquieta, lectora, buscando mentes doctas que me orientaran pero dormida. No es que no tuviera nada que decir, es que, peor aún... ¡no tenía ganas!

Con mi natural inquieto, aceptar estar un tiempo así no había sido fácil, había tenido que inventarme una coartada. No fue complicado, la verdad. La sociedad actual me lo puso “a huevo”. Que si el trabajo, que si la familia... la maternidad es una buena excusa para escabullir-se, a veces, del compromiso de cambiar. Y en realidad, es su gran estímulo. Dando la vuelta a la tortilla, ser madre es, además de lo más duro y hermoso que me ha sucedido nunca, lo que más puede estimularme.

¿Con qué derecho no hago yo nada para cambiar el mundo si mi hija se lo merece?

Me conformo con esto, dejo que mi realidad la decidan otros ¿y qué le digo si pregunta cuando sea mayor por qué tragué con ello? Porque lo preguntará. Lo sé. Se lo noto. Es pequeña pero re-lista.

Los cambios, sin embargo, no los hacemos por cuenta ajena. Tienes que levantarte un día, mirarte al espejo y ver algo que no te gusta y decir “basta”. Y despertar.

Caramba, he estado años dormida manteniendo un mínimo estímulo porque estaba demasiado cansada para hacer la revolución. Porque no tenía problemas para llegar a final de mes (aunque el dinero no sobraba,tampoco) y me había acostumbrado a decir sí y olvidar por qués.

Y un día llega la crisis y dondequiera que voy, hallo espejos que me recuerdan que me he dormido y que tengo que volver a encontrarme.

¿Cómo he consentido que me tomaran tanto el pelo?

Y siento de nuevo esa necesidad de comunicarme y vomitar lo que me aniquila por dentro. Y encuentro personas que también lo necesitan y cada día se reinventan.

Entonces me doy cuenta de que a mi nuevo yo, que es un yo renacido de otro que se había perdido un día... tal vez en una rueda de prensa, le queda el refugio de las palabras.

Y no es el único. Me queda mucho por aprender y decir.

Quizás gracias a esta gran tomadura de pelo, he despertado de un letargo insípido.

Sólo decir a los que primero me ayudaron a dormir y ahora me han hecho despertar: gracias por indignarme.

Nos quedan las palabras. Usémoslas.