diumenge, 23 d’octubre del 2011

No lo llamemos reconciliación

Estos días he oído mucho hablar de reconciliación. Me suena a patio de colegio. Dos niños se pelean por quién tiene la pelota y al final, previa intervención de un adulto, se dan la mano.

Ahora no es eso. Ahora se habla de reconciliación y parece una broma pesada. Nadie va a reconciliarse. Hay cosas que no se olvidan ni se perdonan, por más que se intente. Hay heridas que te surcan la piel de tal forma que con el paso del tiempo solo se aspira a atenuarlas, a cubrirlas con un poco de tela y continuar hacia delante mirando al frente.

Las del terrorismo son de esas. Están repletas de dolor, un dolor infinito.

Lo que viene ahora, va a ser muy duro. Asqueante, injusto, retorcido pero drásticamente necesario. Muchos de los que más dolor arrastran van a tener que aguantar aún más y van a presenciar cosas que les parecerán insoportables, desmedidas, profundamente injustas.

Mientras pienso en ello, me viene a la cabeza mi abuela. Y me doy cuenta de que en muchos lugares eso ya se ha hecho. Mi abuela tuvo que pasear por las calles de su pueblo y ver a los que le habían aplicado a su padre la “ley de fugas”, después de detenerle y apalearle por tener en casa un bandera que consideraban equivocada. Por pensar distinto. Alguien dirá que aquello era una guerra, no vamos a discutir por eso ahora...la situación no es la misma, ni los implicados tampoco. El dolor nunca se compara.

Lo que tengo claro es que en la cabeza y el corazón de aquella joven casi niña que era mi abuela, no importaban las razones. Era horrible, asqueroso y tremendamente doloroso. A pesar de todo, lo hizo. Como muchos otros niños en muchos otros pueblos en cada bando. Levantó la vista, les miró a la cara con asco reprimido y se tragó la porquería que iba a soltarles por la boca. Pudo, aunque por el camino se dejó media alma y mucha lágrima. Pensó que sería lo mejor para todos. Pensó en el futuro.

Y ahora va a hacer falta ese ánimo por parte de todos y más de los que han sufrido en propia carne el terrorismo.

No es fácil pedirlo e, incluso, tal vez no sea ni justo, pero será necesario.

No hace falta ceder en todo, ni arrastrarse, solo faltaría. Hará falta mantener la dignidad y la legalidad intactas. Los que matan ya saben cuando lo hacen que, aquello, supone un delito y que van a tener que pagar una pena y que será justa, aunque nunca tan atroz como su acción. Aquellos que anteponen sus ideas a la vida de las personas deben entender que la sociedad repulsa sus métodos.

A pesar de todo, lo que viene ahora, va a ser duro. Muchos van a revivir y se sentirán traicionados, exhaustos, desesperadamente solos, aunque todos estemos con ellos. Y tendrán que tragarse el dolor y mirar hacia delante y buscar consuelo en el futuro.

Será horrible, pero pueden y saben hacerlo. Tuvieron ante sí un ejemplo de valentía sin límite ni medida. Llevan años luchando, no son ni quieren ser héroes. Son algo mejor aún, supervivientes. Lo pueden todo.


No lo llamemos reconciliación, llamémoslo supervivencia.